(De la serie, Hablan de nosotros)
Fútbol es fútbol
William Florentino Hearst
El presidente del Madrid es muy rico, pero puede que no sepa mucho de fútbol
46-04-2010
ANTONIO RICO Techo, chimenea y ventanas francesas, banderas italianas, tapices flamencos, plata inglesa, mobiliario español. Todo forma parte del comedor de gala de San Simeón, propiedad del millonario William Randolph Hearts (1863-1951). La sillería del coro que adorna tan ecléctico comedor es del siglo XIV, y procede de la catedral de La Seu d'Urgell. Y en San Simeón, ese delirio que tan bien vemos representado en la película «Ciudadano Kane», también está la cama del cardenal Richelieu, el repostero del cardenal Mendoza, jarrones griegos, cerámica hispano musulmana y cientos de objetos acumulados sin ton ni son. San Simeón no es exactamente un museo, ni siquiera un depósito de objetos artísticos. Es un monstruo surgido de la afición coleccionista de un millonario megalómano. Y es feo.
Con el debido respeto, alguien ha convencido a Florentino Pérez de que es el William Randolph Hearts del fútbol o, como diría Orson Welles, el ciudadano Kane del Real Madrid. Y, desde entonces, el estadio Santiago Bernabeu se parece al castillo de San Simeón, las alineaciones de Pellegrini forman un abigarrado conjunto de objetos artísticos de calidad a veces discutible, y la sala de trofeos alberga más telarañas y buenos recuerdos que otra cosa. Lo cierto es que Hearts no era un gran entendido en arte, prefirió la cantidad a la calidad (el almacén de Nueva York donde guardaba las obras que adquiría, muchas de las cuales nunca llegó a ver, es buena prueba de ello) y no fue un gran coleccionista, a pesar de que gastó una enorme fortuna en comprar arte. Florentino es muy rico, pero puede que no sepa mucho de fútbol. Acumular excelentes, buenos y a veces discretos jugadores no garantiza, como estamos viendo, convertirse en un Guggenheim o un Getty del fútbol. De acuerdo, Cristiano Ronaldo es el equivalente a la excepcional colección de jarrones griegos de Hearst, y Kaká, Benzema o Xabi Alonso se parecen mucho a la hermosísima cerámica hispano-musulmana que tanto le gustaba al magnate norteamericano, pero en el Madrid de Florentino también hay alguna que otra pintura mediocre y varias copias de esculturas clásicas con poco valor artístico.
El Real Madrid, segundo en la Liga (es decir, último en el duelo por el título) y despedido de Europa, no es exactamente un equipo feo, pero sí es San Simeón. Y, como ocurrió con muchos objetos comprados por Hearst, hay un gran desfase entre el precio de compra y el de liquidación. Hearst compró en 1935 un techo mozárabe del siglo XIV por nueve mil dólares (gastos de transporte incluidos) que fue vendido en 1944 por cuatrocientos dólares. Y el monasterio de Sacramenia, comprado en 1925 por cien mil dólares, se vendió en 1961 por sólo siete mil dólares. ¿Qué ocurrió con el techo mozárabe de Van Nistelrooy, hoy gran estrella (y goleador, como siempre) del Hamburgo? ¿Y con el monasterio de Robben, autor del gol frente al Manchester United que clasificó al Bayern de Múnich para una semifinal de la Liga de Campeones? ¿Y Sneijder, indispensable en el Inter de Milán? ¿Para qué comprar a Huntelaar, si luego hay que venderlo al Milán? ¿Por cuánto dinero podría vender el Madrid a Kaká o Benzema, si el brasileño y el francés deciden que están hartos de estar hartos en un equipo-almacén?
Las excentricidades y derroches de William Randolph Hearts llevaron a su imperio editorial a la bancarrota. Las excentricidades y derroches de Florentino Pérez han llevado al Madrid a la ruina deportiva. La fiebre coleccionista de William Florentino Hearst, que ha empujado al empresario madrileño a acumular jugadores en el San Simeón blanco, le permite presumir de la cama de Cristiano Ronaldo y la sillería de Kaká, pero eso no significa nada si el Madrid no puede competir con un club que, además de comprar arte, lo produce en la Masía.
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