El juego de las chapas se registra en el epígrafe F del artículo 2 de la ley 4/1998, de 24 de junio. Pero la ley no dice si la suerte vendrá de cara, o será una cruz. En el juego de las chapas vuelan los billetes, y las propiedades también. Templados los nervios.
Si antes con los billetes de mil duros podía volar una vaca, una oveja o un cerdo, que ha habido quien lo ha ganado, un lechón, y lo llevó consigo de bar en bar antes de almorzar, ahora con los billetes de 50, 100 o 200 "ebros" también. Los de 500 euros menudean.
Cuando el baratero lanza las dos monedas, lis contra lis, y fija la vista en ese punto del aire donde quedan suspendidas las dos chapas ¡a las caras! todo el mundo piensa ¡son lises! Y los "ebros" como dicen muchos, a la talega.
Menos uno. Las dos monedas deben mostrar la misma figura, y entonces hay ganancia; si el baratero canta ¡cara y lis! lanzará al cielo otra vez más las chapas. Y se repite la operación. Porque el secreto del juego, para reventar la noche y salir a reventar de billetes, consiste en ganar y ganar por parte de la mano. El baratero se encarga de confirmar que las apuestas se cubren, y de llevarse una comisión, que aumenta cada vez que gana "el que las tira"... una vez... ¡son caras!... dos veces... tres, cuatro y cinco y seis... hay cifras que, igual que un tornado, hacen rodar objetos valiosos.
Nadie conoce el origen del juego de las chapas, tan arraigado, por otra parte, en Castilla y León; para muchos es una costumbre heredada de la época de los romanos, cuando estos se jugaban a los dados las pertenencias de los vencidos. Dicen que la costumbre ha calado en Semana Santa porque los romanos hicieron otro tanto con las vestiduras de Cristo al pie de la cruz. Quién sabe.
¡A las caras! ¡A caras! ¡A las caras va el que las tira! ¡Son lises! El misterio del juego está en que el apostador, la mano, tenga la suerte "de cara" varias veces consecutivas. Porque la apuesta se dobla con cada acierto. Con dos aciertos hay garitos en Peñafiel y Aranda en los que atan un "kilo"; con tres, ya hay un mínimo de dos millones, doce mil euros, y hay que casar toda la banca; de lo que se encarga el baratero. Se han visto cinco, seis, siete y en Sacramenia, un pueblo de Segovia, la mano hizo once aciertos consecutivos, ¡once! una noche cruda, allá por el 2005. Sucedió luego que en Sacramenia la gente se tuvo que poner a jugar "de mentira" con monedas sueltas ¡lo nunca visto!.
El baratero oficia con mucha mano, animando a la gente a cubrir la apuesta; buena aritmética, es necesaria, y rapidez en las sumas, especialmente para embolsarse la comisión que previamente ha pactado con la mano. Un ojo para los billetes, otro para el corro, y todo salpimentado con rapidez, alegría, seriedad... Contar. Casar. Quinchar. Cambiar. Recontar. Animar. Aumentar la apuesta. Y tener los nervios de acero ¡cara y lis! Porque la tensión nerviosa del corro sube y sube, entre humo, alcohol, y más humo, y más alcohol. Subidas y bajadas de tensión con miles de euros en el suelo. ¡Son caras! la sinergia propia del mejor croupier de Las Vegas.
Si cae estos días por la zona de Sacramenia, recuerde que por esta comarca nadie dice "cara y cruz" lo que tendrá que decir es "lis", "cara y lis". Esta peculiaridad es de la época de los franceses, de hace dos siglos. Y recuerde también que un "reo" es un "reo". Nada de cara y sello, o cara y castillo, "pare o none", "seco o mojao", es cara o lis. Nunca cara y cruz. ¡Son lises! ¡Mierda de satanás! ¡No puede haber una cruz en una moneda! Que tengan la suerte de cara.
¡A las caras! Y comienza el baratero a guiñar los ojos por quinta hora o sexta, como si fuera el primer reo. Luego irán a la bodega, a la del alba, a almorzar, no a jugar; porque en las bodegas las chapas no rebotan, no bailan.
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