La caravana de mujeres de Plan, 25 años después
En 1985, la localidad de Plan ideó las caravanas de mujeres contra la «despoblación rural». 25 años después, muchos siguen buscando mujer. Pero, ¿qué fue de los que la encontraron?
Hasta entonces sólo habían salido dos noticias españolas en la portada del «The New York Times»: el golpe de Tejero y la primera caravana de mujeres de Plan. Eso es al menos lo que comentan en esta localidad oscense del Valle de Chistau. El pueblo se encuentra estos meses inmerso en lo que ellos denominan el «Caravana Festival». ¿El motivo? Que hace 25 años, trece solteros del lugar coincidieron en un bar viendo la película «Caravana de mujeres» (1951), de William A. Wellman. Este western narraba las peripecias de un grupo de féminas que eran conducidas en convoy hasta un puñado de hombres del Oeste, solteros y solitarios, que anhelaban una esposa. Tras acabar la película, los solteros de Plan se dijeron: «¿Por qué no lo hacemos?». Cada uno aportó veinte duros de la época y, gracias a 1.300 pesetas, pusieron un anuncio en «El Heraldo». «Se necesitan mujeres de 20 a 40 años con fines matrimoniales para un pueblo del Pirineo aragonés», decía. Aquello «se desbordó tanto que estábamos asustados. Queríamos echarnos para atrás, pero no podíamos», comenta José Mari Fantova, uno de aquellos trece jóvenes, y hoy alcalde de Plan.
En teoría, localidades como Plan se encuentran a unos cientos de kilómetros de las capitales de provincia. En la práctica, están infinitamente más lejos: muy remotas del anonimato que proporciona la ciudad, aisladas de la libertad personal que facilita la urbe y, por qué no decirlo, separadas irremediablemente de sus mujeres. «Fue una forma original de responder a la despoblación rural. Había un problema enorme en Aragón. Las mujeres se iban a trabajar de criadas a las ciudades. Era un grito de supervivencia: el mundo rural se iba a pique», dice Jaime Nadal.
«Una vez que salimos en el programa de la tarde de TVE, llamaron mil y pico de mujeres y recibimos 800 cartas», cuenta Fantova. El actual alcalde confiesa que, aunque contestaron a todas, pidieron a las verdaderamente interesadas que volvieran a escribir para hacer una criba. «Escribieron hasta de Nueva York y Perú. Finalmente, se quedaron en 67. Muchas se echaron para atrás porque no querían aparecer en los medios», añade. Y es que los periódicos y televisiones invadieron el municipio. Sin embargo, aquel fin de semana de marzo en el que tres autocares procedentes de Madrid, Barcelona y Zaragoza llegaron a Plan, la prensa quedó vetada. «Las mujeres que vinieron tuvieron mucho valor», recuerda Fantova, que tuvo que escuchar multitud de opiniones discordantes: «Había gente que nos decía que a dónde íbamos, con miedo a la repercusión que podía tener todo aquello».
Una de las mujeres que no se achantó fue Maxi. En 1985, Maxi tenía 29 años y vivía en Valencia. Pero al ver en los medios lo que se estaba gestando en Plan, tomó una decisión. «Estaba soltera y me apetecía ir. Mis hermanos y mi padre me apoyaron en todo. Y ya conocía Plan de cuando era pequeña», comenta. La timidez quedó aparcada a la entrada del pueblo. Fueron dos días de excursiones por el valle, fiestas y bailes en los que todos se esforzaron por romper el hielo. Incluso se celebró una mesa redonda sobre la despoblación. Y actuó el entonces cantautor José Antonio Labordeta. Mientras, las vecinas echaron una mano y acogieron en sus casas a las recién llegadas.
«Te invitaban a una fiesta y bailabas con un chico, con otro...», recuerda Maxi. El último día no se separó de José, ganadero y 13 años mayor que ella. En realidad, no era la primera vez que se veían. Maxi ya le había entrevisto cuando era niña. «Aquel día quedamos para escribirnos y llamarnos», apunta. Ese año, en septiembre, se casaron. Su unión prueba el éxito de la caravana. «Repoblaron» Plan con dos nuevos vecinos, sus dos hijos. Fue el tercer matrimonio que surgió de aquella expedición.
Las caravanas duraron sólo de 1985 a 1990 porque, en un momento dado, «estábamos hartos de la mala interpretación que se hizo de este evento. Pensaban que sólo llevábamos a chicas para casarse. Te marcaban como si fueras de otro mundo. Y nosotros estábamos muy orgullosos de lo que habíamos hecho», afirma el alcalde. Con todo, el balance fue positivo: más de treinta matrimonios y tan sólo tres divorcios.
Pero hubo vida después de Plan. Los jóvenes de Fuentesauco de Fuentidueña (Segovia), de apenas 350 habitantes, tomaron prestada la idea a Plan y organizaron su primera caravana de mujeres en 1995. Así nació lo que hoy se conoce como Asocamu, la asociación que promueve, como ellos dicen, «el amor y la repoblación rural». ¿La fórmula? Las mujeres llegan en autocar, pasan la noche, realizan alguna excursión, celebran una cena con los solteros, bailan algunos «agarraos» y, en algunos casos, regresan esa misma noche a Madrid «para poder coger abierto el metro a las seis de la mañana».
«Lo organizamos 50 solteros del pueblo y alrededores», cuenta el responsable de Asocamu, Manuel Gozalo, que entonces tenía 37 años. «Una amiga de Aravaca (Madrid) fue buscando a mujeres dispuestas a venir. Conseguí juntar entre 30 y 40. Muchas eran dominicanas», recuerda.
Ahí comienzan las diferencias con Plan. «La mayoría de mujeres son inmigrantes, entre el 80 y el 90 por ciento. De Colombia, Ecuador...». De hecho, su pareja de los últimos quince años, de nombre Venecia, procede de República Dominicana. Enfermera de profesión, tras dar a luz y separarse, Venecia llegó a España en 1992, cuando tenía 36 años. Se apuntó a uno de los autocares a Fuentesauco con unas amigas.
«A algunas les puede interesar por necesidad, por obtener la residencia. Pero otras vienen por el cachondeo, para pasárselo bien», dice. Ahí están una mujer de 62 años que lleva ya más de 20 caravanas; jóvenes de 30 años y mayores de 70; viudas y divorciadas; incluso una nieta y su abuela que comparten autocar. ¿Más diferencias? En un principio, como en Plan, las mujeres venían gratis. «Iba por barrios latinos de Madrid, ofreciendo cena y un viaje. Pensaban que me dedicaba a la trata de blancas», recuerda. Hoy, los solteros (en su mayoría ganaderos, pastores, agricultores o albañiles) pagan 50 euros. Y las mujeres, 20 euros, lo que incluye autocar, comida y cena.
No se han librado de los reproches, dirigidos a un presunto machismo. «A algunos ayuntamientos no les parece bien. Otros colaboran y nos dejan sus locales. A los que piensan así, les recomiendo la película “Flores de otro mundo”», dice Gozalo. Este filme, dirigido en 1999 por Icíar Bollaín, es como una Biblia para todos aquéllos involucrados en el mundillo. «Refleja perfectamente lo que son las caravanas», afirma. ¿Y que son? «Una excusa para pasárselo bien». Sin olvidar «lo difícil que es encontrar mujeres. El motivo de seguir haciéndolo es la repoblación rural», añade.
Las que llegaron a servir
No es que se avergüencen de su pasado, pero sí que hay parejas más recelosas que otras. Es el caso de Victoria y Juan. Nombres ficticios a petición de ella, que supera los 40 años vive en la capital. Victoria, procedente de República Dominicana, conoció a Juan, ganadero y agricultor, en la caravana que llegó a Castrojimeno (Segovia) hace ahora nueve años. «Ella no quería venir», comenta Juan. «Las amigas me obligaron», puntualiza Victoria, que apenas un año antes había llegado a nuestro país. «Me decían que tenía que salir. Yo estaba muy deprimida, lejos de mi casa, tenía una hija en Santo Domingo... Y esto no era como yo pensaba», comenta. Al final se animó, y Juan y Victoria se conocieron en el baile.
«Una amiga mía le cogió el número de teléfono a Juan. A los pocos días le llamó y se hizo pasar por mí. Juan no estaba y lo cogió su madre. Y cuando ésta le dijo que yo había llamado, a los tres días se plantó en Madrid. Se puso loco», dice. Así comenzó su relación, a la que no fue ajena la familia de él. «Cuando se es extranjera, la familia cree que vienes aquí porque tienes poco. «Me dijeron que se iban a reír de mí», añade.
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